Áreas de intervención > Psicología feminista

Vivimos en una sociedad en la que, desde que nacemos, generalmente hombres y mujeres recibimos una educación diferente según el sexo, es decir, a los niños se les suele tratar de una manera, con mensajes, actitudes, juguetes, ropa de un tipo o color, y a las niñas de otra totalmente diferente en cantidad de ámbitos. Por ejemplo, a las niñas se les suelen agujerear las orejas para poner pendientes como adorno mientras que a los niños no, respecto a la ropa el color rosa y los vestidos están tradicionalmente asociados a las niñas mientras que el azul y los pantalones a los niños. En cuanto a los juguetes que suelen recibir, que incluso se hallan separados por pasillos en los centros comerciales, encontramos grandes diferencias: para niñas abundan las muñecas hipersexualizadas con sus vestidos y accesorios, los muñecos con forma y tamaño de bebés, las cocinitas, los disfraces de princesas. Para los niños, en cambio, podemos encontrar todo tipo de vehículos, balones y armas o muñecos armados que luchan, así como disfraces de súperhéroes. Teniendo en cuenta que el juego es una actividad fundamental para el desarrollo y aprendizaje en la infancia, las capacidades y roles que fomentan cada tipo de juego son radicalmente diferentes ya que en unas se motiva la capacidad lingüística, el rol de empatía y cuidado de los demás y la importancia del aspecto físico mientras que en los otros se desarrollan las capacidades viso- espaciales y motoras y los roles de liderazgo, superioridad y agresividad.

Mientras crecemos y a lo largo de la vida adulta seguimos recibiendo mensajes y un trato diferente en mayor o menor medida, no solo de nuestro entorno sino también de los modelos que nos muestran los medios de comunicación en anuncios, cine, letras musicales, e incluso de organismos educativos, laborales, sanitarios y judiciales.

Estas diferencias en el trato a mujeres y hombres, sin otra causa que el sexo al que pertenecen y sus características biológicas y fisiológicas, de deben al género. Este se refiere a los roles, conductas, actividades y atributos construidos socialmente que una cultura determinada considera apropiados para hombres y mujeres. Por tanto, un estereotipo de género es una visión generalizada o idea preconcebida sobre los atributos, características y papeles que poseen o deberían poseer y desempeñar las mujeres y los hombres, son representaciones simbólicas de lo que deberían ser y sentir, y construyen el imaginario colectivo.

Los estereotipos de género han definido los conceptos de feminidad y masculinidad, y el primero ha sido sistemáticamente subordinado e inferior al segundo: mientras los hombres tradicionalmente han estado asignados al espacio público, donde se toman las decisiones políticas, sociales y económicas, las mujeres han estado asignadas al espacio privado, donde se llevan a cabo el trabajo de cuidados y crianza. De las mujeres se espera la maternidad o el deseo de la misma para sentirse realizadas, saber hacer las labores del hogar, encargarse de tareas de cuidado de otras personas, sean descendientes o personas mayores, actitudes de cariño, deseo y entrega al amor romántico, sensibilidad, emocionalidad, intuición, dependencia, sumisión, paciencia, comprensión, inseguridad, cuidado e importancia del aspecto físico para parecer jóvenes y deseables. Por otra parte, al estereotipo de masculinidad se asocian el rol de proveedor, fortaleza, competitividad, racionalidad, valentía, poca expresividad emocional, dominancia, seguridad, independencia y cierta normalización de comportamientos violentos. Estos estereotipos generan presión para encajar en lo que se espera de cada persona y coloca a hombres y mujeres en lugares muy diferentes dentro de la sociedad y de las interacciones entre sus miembros, dificultando e incluso castigando la expresión de cada persona con sus características y personalidad libre e individual. Los estereotipos de género son una causa frecuente de discriminación y opresión a las mujeres y contribuyen a mantener el sistema de organización social en el que los intereses de las mujeres quedan subordinados a los intereses de los hombres, es decir, la sociedad patriarcal o el patriarcado.

Aquí es donde entra el feminismo, que es el movimiento social, político, académico, económico y cultural que busca liberar a las mujeres de la opresión a la que son e históricamente han sido sometidas por el hecho de pertenecer a un sexo, creando conciencia y condiciones para transformar las relaciones sociales, lograr la igualdad real y efectiva entre las personas y eliminar cualquier forma de discriminación o violencia contra las mujeres. Afortunadamente, cada vez hay más personas que reconocen no identificarse con los roles y estereotipos de género y que los consideran injustos y abusivos, que reclaman su derecho a desarrollar libremente sus capacidades personales, sus carreras profesionales y tomar decisiones sobre sus vidas independientemente de su sexo, que abogan por una sociedad en la que hombres y mujeres sean vistos y tratados de la misma manera, con los mismos derechos, dignidad, privilegios y oportunidades, pero es difícil y lento generar cambios sociales y desaprender lo que el patriarcado nos ha inculcado durante toda la vida.

La presión del contexto social y de lo aprendido sigue pesando en las mujeres y favoreciendo que aparezcan muchos problemas psicológicos, como ansiedad, depresión, malestar con sus familias, parejas, entorno social o laboral, problemas de autoestima, de autoimagen, de alimentación, problemas sexuales, problemas con la maternidad y la no maternidad, habilidades sociales, autocuidado, aceptación y amor propio. Además siguen existiendo desigualdades claras que perjudican a las mujeres y las pone en situación de vulnerabilidad, como los roles de género, la brecha salarial, el techo de cristal o la violencia machista o de género, que es el tipo de violencia que se ejerce contra la mujer por el hecho de serlo, entre las que encontramos la violencia sexual, reproductiva, obstétrica, económica, institucional, vicaria, física y psicológica.

La psicología feminista o con perspectiva de género es una psicología crítica con la estructura patriarcal y su influencia en la historia de aprendizaje y la realidad de las mujeres, que contempla el contexto social como uno de los posibles orígenes de los problemas psicológicos de las mujeres y busca ayudarlas a entenderse, aceptarse, deconstruirse, superar vivencias traumáticas y eliminar patrones de comportamiento dañinos para acercarlas a una nueva forma más saludable de relacionarse con el mundo, con las personas que les rodean y con ellas mismas, desprenderse de los roles de género y descubrir nuevas maneras de ser, basadas en la libertad, sus propios deseos, derechos y necesidades.

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